SECCIONES PRINCIPALES

jueves, 29 de diciembre de 2016

Un homenaje.

Cuando estuve en la universidad, hace ya bastantes años, tuve la buena fortuna de tener algunos maestros. La verdad, la mayoría de aquellos que fueron mis docentes han pasado ya al olvido propio. Con muchos nunca logré conectarme de manera significativa. De muchos nunca logré encontrar el sentido de aquello que pretendían enseñarme (es mi culpa, no de ellos, que siempre he sido de lento aprendizaje).

Algunos, sin embargo, permanecen vívidamente en mi memoria.

Ese ese es el caso de uno de ellos, Diego Arango, quien fuera el docente que me encaminara en las lides del mercadeo. Recientemente Diego ha cumplido 20.000 horas de clase. Es un número significativo, sin duda, que da cuenta de un esfuerzo permanente y más de una vez titánico. Muchos han hablado en estos días de lo importante de ese logro, de lo mucho que los influyó o afectó en sus carreras o su vida profesional. Algunos han elogiado su permanente innovación, su capacidad de adaptarse del tablero al papelógrafo, del papelógrafo al acetato, del acetato al power point. Muchos han hablado, en resumen, del tiempo, de lo que significa conseguir 20.000 leguas de viaje submarino.

Entre todo lo que he leído y visto, sin embargo, hay algo que he echado de menos. Ninguno de los que sobre él han hablado ha señalado el que a mi juicio fue y sigue siendo el principal de sus logros. Diego es de los pocos maestros que creó una escuela. No me refiero ha que haya formado una universidad o alguna institución, me refiero a que sus enseñanzas crearon y modelaron el pensamiento de otros que, como yo, hoy también son docentes. Los principios que nos enseñó sobre el mercadeo marcaron profundamente las creencias de muchos que hoy a su vez, con suerte, marcan las creencias de otros más. Muchos de sus alumnos hoy son consultores y asesores que de una u otra forma replican sus pasos y sus enseñanzas.

Obviamente, no quiero mis palabras resten mérito a aquellas 20.000 horas, pero en últimas esas pueden lograrlas muchos. Crear escuela, en cambio, es algo que logran pocos.

Con el paso del tiempo muchos de quienes fuimos sus alumnos le hemos de una u otra forma perdido el rastro, siguiéndolo solo por las columnas que puntualmente escribe en medios digitales. Algunos, orgullosos, hemos cambiado de maestros. Algunos terminamos con un revoltijo de ideas y pensamientos en la cabeza, creando nuestras propias teorías, nuestras propias formas de ver e interpretar el mundo. Ese también es en buena parte uno de sus logros. En su creación de escuela Diego valoraba por sobre todo el que cada cual creara su camino, lo argumentara, lo nutriera, lo cotejara. Mas allá de las definiciones quería que aprendiéramos a pensar. Como estudiante recuerdo que muchos de mis compañeros lo odiaban. Tuve la fortuna de ser su monitor durante dos años, y luego trabajar en la empresa que el mismo había fundado. En esos años de acompañamiento descubrí que normalmente causaba siempre en los alumnos alguna sensación. Algunos lo amaban, pero otros no dejaban de odiarlo. En resumen, difícilmente dejaba a las personas que pasaban por su aula indiferentes. Esa fue quizás una de sus principales enseñanzas para mi propia vida, así como para mi ejercicio profesional. 

Desde aquí, aunque un poco tardes, mis gracias para Diego.

Espero que como su discípulo logre hacerlo sentir orgulloso.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Otra de navidad

Hoy, el turno para KLM. Hay activaciones que no se merecen un Cannes, sino más bien una nominación al Nobel o algo similar....